El destino que han definido los estados para Nuestra América es la recreación del rol de proveedores de materias primas que ha marcado nuestra historia desde la conquista y colonización. El extractivismo marca los ritmos de las economías, las sociedades, las políticas estatales, las relaciones con la naturaleza y determina un rol diferenciado, jerárquicamente inferior, en las relaciones con los países del norte. Los estados en todos sus niveles crean las condiciones necesarias para que las empresas extractivas, la mayoría de ellas transnacionales, desplieguen sus inversiones y desarrollen sus mega emprendimientos, priorizando esos intereses antes que los derechos de las poblaciones y la naturaleza. Se trata de una alianza estratégica entre estados y corporaciones que ha provocado múltiples resistencias en las poblaciones de los territorios “sacrificables” al extractivismo, así como numerosas voces que desde las distintas vertientes del pensamiento/acción críticos plantean caminos para construir alternativas a este modelo de “desarrollo” que, en su afán de lograr un supuesto progreso para nuestros países, no hace más que profundizar la mercantilización de la vida y de los territorios.